miércoles, 4 de abril de 2012

Felipe Hernández Cava y su ponencia durante la presentación de “Pessoa & Cia” de Laura Pérez Vernetti, en Madrid



El gran guionista español Felipe Hernández Cava, es el reiterado narrador con quien Laura Pérez Vernetti, ha producido numerosos álbumes de historietas y fue el presentador de “Pessoa & Cia”, en la librería La Central del Reina Sofía (Madrid). Compartimos su ponencia y agradecemos el acceso a la misma.

Hace muy poco, en un artículo para el diario “El País”, Laura recordaba sus afinidades con Kafka y con Pessoa, nada nuevo para mí, teniendo en cuenta que hace más de veinte años que mantenemos correspondencia con regularidad, hablando unas veces de nosotros y nuestros estados de ánimo, otras de este medio al que inexplicablemente le seguimos dedicando muchos afanes, y otras, también, de nuestra facilidad para embarcarnos juntos en trabajos que la mayoría de las veces no han sido reconocidos por nadie o ni siquiera retribuidos por los editores.

Pero lo que no le he dicho hasta hoy es la asociación que, en mi memoria, tengo establecida entre Fernando Pessoa y ella, y que va más allá de una posible y forzada ocurrencia para esta presentación.

Yo descubrí el trabajo de Laura, como muchos de los aquí presentes, en las páginas de El Víbora, una revista que seguía con especial interés seducido por los guiones, un defecto profesional, que escribían Pons, Onliyú y Martí, fundamentalmente. Y lo que más me atraía de aquella obra en marcha en la que ella estaba empeñada era el alarde de las variadas personalidades que, según la temática elegida, o según el guionista con el que trabajaba, nos regalaba a los lectores como si estuviera comprometida con “un estado de no-ser”, que era exactamente lo mismo a lo que apelaba aquel Pessoa, del que acababa entonces de recuperarse su inédita obra magna, “El libro del desasosiego”, un trabajo que desde 1982 hasta hoy percutíría en mi cabeza y cuyos pasajes a veces grababa para mi mujer en cassettes, mordisqueando sus textos para tratar de entender cómo y por qué se fragua un espíritu sin sosiego (la de veces que me habré asomado a esa ventana de la oficina de la calle de los Doradores, en realidad el Campo de las Cebollas, para identificar cada uno de los ruidos que amortiguaba el cristal de la ventana, o para meramente ensimismarme en un tedio gratificante).

Pessoa buscaba despersonalizarse para llegar a ser persona, no individuo, a través de aquel ejercicio de los muchos heterónimos que utilizó (algunos, incluso, sin muchos frutos, como Vicente Guedes o el Barón de Teide, por ejemplo). Tan pronto era Alberto Caeiro, como Ricardo Reis, Álvaro de Campos o Bernardo Soares, que es bajo el que menos se encubría, y a los que Laura ha puesto rostro en este libro, y todos conformaban el conjunto de lo que él llamó un “drama en gente”, un drama que tenía en común, quizá tan solo, un infinito dolor individual y una de las abulias más fecundas y fértiles que la literatura nos ha dado.

Laura, y ahí está su extensa producción, respondía también, desde sus primeras obras, a aquel peligro del vacío que se instaló en muchos de los artistas modernos, y lo hacía a su manera, de una forma diferente a la de Pessoa, diferente sí, pero con ciertas semejanzas. Ella podía haberse servido también de seudónimos o de heterónimos, porque ante cada trabajo ha sabido ser una creadora diferente sin renunciar a su identidad (yo la he visto soñar cada guión mío hasta averiguar la mejor manera de hacerlo suyo y quebrar esa frontera entre el trabajo de uno y otro, dibujante y guionista, que es de las más complicadas de franquear).

Y en eso me recordaba también, sin necesidad de conferir una identidad a cada una de sus personalidades, a otro de los mecanismos que explicaba Pessoa, cuando decía que él para crear se destruía, se exteriorizaba dentro de él hasta el punto de que en su interior no existía sino exteriormente. “Soy”, sentenciaba, “el escenario por el que pasan varios actores representando diferentes piezas”.

Comportándose así, como un generoso escenario, como el mejor escenario posible, Laura ha enaltecido el trabajo de muchos escritores y de los guionistas que hemos tenido la fortuna de colaborar con ella, un escenario del que siempre han quedado fuera las verdades absolutas y también el ruido con el que todos accedíamos a ese espacio y en el que ella, generosa regidora, disponía todo para que sobresaliera ante otros ojos únicamente lo sustantivo.

Yo no sé quién fue de verdad Pessoa. Como mucho, a través de Bernardo Soares, que celebro que sea la voz más presente en este libro de “Pessoa&Cía”, puedo imaginármelo, él lo dijo, como alguien con menos raciocinio y afectividad que ese personaje de “El libro del desasosiego” que vive en la Baixa, solo y aparentemente gris, menos cuando se curva sobre el escritorio que hay en su cuarto.

Y tampoco sé quién es de verdad Laura. Creo que Andrés Salvarezza es el único que lo sabe. Porque su extroversión, apoyada en una voz que es toda afirmación, es una forma de hermetismo como la que emplearon algunos de los mejores románticos. Lo que alguna vez, lo confieso, me ha llevado a pensar que podían tener razón aquellos lingüistas que defendían la posibilidad de que existiera un lenguaje que sólo pudiera entender bien un individuo, una suerte de idiolecto que tiende a la captura de lo secreto.

Sólo que en este caso el lenguaje secreto de Laura acoge también, generosamente, los secretos de sus colaboradores (a Pessoa, por ejemplo, le ha regalado en este libro una buena porción de la eternidad que él, como le pasó a Unamuno, anhelaba).

Así que diré, para terminar, que agradezco muy especialmente su empeño y el del editor en este título que hoy presentamos en un momento como el presente, en el que hablamos mucho de novela gráfica mientras los guiones de la historieta se desliteraturizan a pasos agigantados, por lo que bien puedo decir de ella lo que, con orgullo y jactancia, dijo Pessoa de sí mismo en su juventud: “¿Qué puede hacer un hombre de genio sino convertirse, él solo, en una literatura?”.

Felipe Hernández Cava

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